viernes, 2 de febrero de 2018

KNISLINGE

Nunca fuiste de revisar libros de instrucciones. Como mucho, un vistazo, lo justo para concluir que sabrías hacerlo sin explicaciones. ‘No puede ser tan difícil’ como mantra. Tuercas, tornillos, llaves Allen… nada cuyo montaje requiera de solo ese tipo de útiles puede ser complejo de armar. Eso pensabas.

Con el mueble aun desmembrado esparcido por el salón, una cerveza en una mano y el cenicero humeando… la calma que precede a la tempestad. Un mueble cuyo nombre contiene demasiadas consonantes para tan pocas vocales, diéresis y signos ortográficos que nunca manejarías, haciendo que decirlo en voz alta suene a un esputo de abuelo fumador recién despertado. Cajas de cartón violadas de cualquier manera desparramadas por todas partes. Una foto que promete un resultado, un ‘do it yourself’ que es moda pero asusta. Y así pasan los minutos mientras te decides a ponerte manos a la obra. Porque será una obra. Pero de momento sigues conjugando en futuro, porque todo está por hacer. Aplastas colilla, agarras una pieza de un futuro sofá, te apartas el flequillo. Empiezas. Todo tiene un principio.

Lo que por separado no significa empieza a coger forma cuando lo unes. Ha pasado media hora y crees que ya casi lo tienes, que no es tan complicado como pintaban, que no se te da mal esto aunque siempre te has negado la capacidad de ser manitas. Atornillar esa última pata. Pero el tornillo no encaja. No coge rosca. Se cae constantemente. Otro cigarro. Otra cerveza. Quitarte el sudor con el dorso de la mano y, por si acaso y con disimulo como si te fuera a ver alguien, vuelves al libro de instrucciones. No ves que hayas hecho nada mal. Interpretas los dibujos con la lógica de los años. Has seguido los pasos. Pero ese tornillo se ríe de ti. No tiene muescas, no está torcido. Debería encajar. Antes usabas tiempos futuros, ahora ya tiendes a los condicionales. Eso nunca fue buena señal.

En YouTube, tipos con más maña y menos reparos explican cómo lo hicieron. Reconocen la dificultad a la que te enfrentas, pero asistes a su éxito. En un vídeo de cuatro minutos, lo que empezaron siendo tablas y cojines terminan con el protagonista tumbado sobre el sofá que tú quieres pero de momento no tienes, solo intuyes. Por un tornillo. Decides dejar de pelear. Decides que tal vez solo un tornillo no sea tan importante. Decides que ya está, que eso ya es tu sofá. Que no todo es perfecto. Decides sentarte. No cruje, no se tambalea. Cumple su función. Es cómodo. Decides tumbarte. Y cede un lateral, la pata se derrumba, el reposabrazos se inclina, terminas tumbado en diagonal y con la cerveza derramada sobre el folleto de instrucciones. No hay un manual para dejar de llorar, aunque recuerdas a Cortázar y te suenas la nariz. Funciona. Eso al menos funciona, se te van secando los ojos. Gracias, genio.

Te vas a la cama dejando el salón como si se hubieran peleado en él una docena de hooligans. Como si hubieran trasladado la batalla a tu cabeza. Crees que mañana el tornillo encajará, que todo requiere de tiempo de reposo, aun siendo metal y madera apelmazada.

En la cama rumias que no necesitas el sofá, que lo has comprado porque te gusta y lo quieres para ti. Que no te pertenecerá hasta que ocupe su lugar y recupere la horizontalidad que le da sentido. No consigues dormirte al darte cuenta de que hace tiempo que no es un sofá de lo que hablas. Que el tornillo es el detalle que no sabes entender y que eso hace que se desmorone lo que querías construir con ella. Que mañana puede que sea otro día, pero que no quieres pasarte el fin de semana en bucle enfrentándote a erguir algo que se tuerce a cada poco, haciendo incómodo un sueño que tuviste cuando te imaginaste un salón para los dos. No, nunca fuiste manitas, y la última vez que participaste en un montaje ni te importaba el resultado ni hacías por pronunciar un nombre en sueco cuya traducción a tu idioma hace que pierda todo el encanto con el que lo pintaste cuando te entró por los ojos y te agarró bien dentro. Cuando te duermes, suspiras su nombre, que no es sueca. Y concluyes que o terminas rompiendo el mueble sin remisión, o retomas el montaje, con calma y sin esperar nada más que lo que indica el libro de instrucciones que te resistes a repasar.

No hay comentarios: