domingo, 25 de febrero de 2018

El descenso

Empiezas fuerte. No vas del todo bien equipado, el abrigo que has llevado es demasiado pesado. Pero tienes las botas de montaña, tienes los pantalones térmicos, tienes incluso el gorro de lana, que al poco te sobra. Mantienes un ritmo que no se corresponde con el tiempo que llevas sin ir al monte. Qué coño, con el tiempo que llevas sin abandonar el asfalto y ese aire que se te pega a los bronquios, lleno de humo, alquitrán, desidia. Así que al poco el corazón bombea pidiendo auxilio, el oxígeno no sabe dónde ir y las manos se apoyan en tus muslos a cada paso hacia arriba. Entiendes que, por muchas montañas que subieras hace años, de nada sirve, eso no es experiencia, es solo recuerdo, distorsionado porque ya no eres el de entonces, ni esa montaña es como cualquiera de las que subiste cuando creías que podías, y podías. De qué sirven las películas sobre alpinismo, de qué sirve temblar leyendo Mal de altura, de qué sirve no perderte ninguna noticia sobre himalayistas heróicos. De qué sirve, si solo estás en una montaña de tu comunidad, a 30 kilómetros de casa, y te sientes más perdido que cuando tenías que elegir carrera. De qué sirve si tienes atrofiados los músculos de no ejercirtarlos. El corazón es un músculo, imbécil.

viernes, 2 de febrero de 2018

KNISLINGE

Nunca fuiste de revisar libros de instrucciones. Como mucho, un vistazo, lo justo para concluir que sabrías hacerlo sin explicaciones. ‘No puede ser tan difícil’ como mantra. Tuercas, tornillos, llaves Allen… nada cuyo montaje requiera de solo ese tipo de útiles puede ser complejo de armar. Eso pensabas.

Con el mueble aun desmembrado esparcido por el salón, una cerveza en una mano y el cenicero humeando… la calma que precede a la tempestad. Un mueble cuyo nombre contiene demasiadas consonantes para tan pocas vocales, diéresis y signos ortográficos que nunca manejarías, haciendo que decirlo en voz alta suene a un esputo de abuelo fumador recién despertado. Cajas de cartón violadas de cualquier manera desparramadas por todas partes. Una foto que promete un resultado, un ‘do it yourself’ que es moda pero asusta. Y así pasan los minutos mientras te decides a ponerte manos a la obra. Porque será una obra. Pero de momento sigues conjugando en futuro, porque todo está por hacer. Aplastas colilla, agarras una pieza de un futuro sofá, te apartas el flequillo. Empiezas. Todo tiene un principio.