martes, 26 de septiembre de 2017

Así sea

Ya no te impresiono. Ni te presiono. Ni presido. Ni imprimo.

Ahora, por fin, 35 años después, los 36 mirándome en la otra esquina, entiendo la futilidad de buscar impresionarte. Sé tú la que te impresiones, si ves los motivos, que yo no voy a hacer por dártelos. Yo al final solo puede ser como soy, y si te gusta y te vale y te motiva, ven. Vete si es poco, no voy a hacer más por ti, qué engaño.

He pateado expectativas, me he liado a puñetazos con futuribles, los mañanas que se esperen, que al final llegarán igual. La ilusión se mantiene intacta, pero es que eso no tiene nada que ver. No presiono para que llegue lo que ansío. Ya no ansío. Aprendo a vivirlo. Y las próximas horas, que ocurran, si estar, estaremos igual.

He derrumbado púlpitos, destrozado tronos, enfangado palacios. Es al mismo nivel como mejor se nos da el asunto. El Muchacho decía no sé si subir o bajar, no encuentro a nadie a mi nivel. Yo digo que ni bajes ni subas para nadie. No quieras hacerlo. Si lo haces, que sea inconsciente. Porque consciente, al final, te vas a caer. Todos súbditos o todos reyes. Nuestro reino lo presidimos a la par, si así se nos antoja. Pero la asimetría no funciona cuando es cosa de dos. Y si él quiere ascender, que sea contigo. Y si quiere hundirse en el infierno, que sea él solo. Si no te va a dejar volar, que se quede con el lastre. Si no sabes volar, que sea hábil y te haga aprender, pero sin enseñarte.

Y si no imprimo es porque no tengo qué. Lo que escribo es poco, no porque tenga encasquillada la pistola, sino porque lo que escribo es para ti y no hace falta imprimirlo, si te lo recito cuando te hablo mirándote a los ojos redondos que me miran como si nada más existiese cuando estás con la cabeza en la almohada, tan cerca de mi cabeza que somos bicéfalos, monstruos bajo sábanas, humanos al amanecer, animales nocturnos, soñadores diurnos.

Así que ni te impresiono. Ni te presiono. Ni presido. Ni imprimo.

Aun sabiendo que hago menos de lo que puedo, me apasiona esto de vivir. Esto de encontrarte cuando no pensaba buscar a nadie. Esto de darme de bruces contigo y tropezar a la par para levantarnos entre risas y orgasmos, perdidos en conversaciones donde tu punto de vista no es el mío y por ello aprendemos, sometidos a emociones que ya conocíamos pero habíamos olvidado, porque olvidar es parte del juego, untándonos en escapadas al campo donde las cabras nos bufan porque somos más cabras que ellas y hasta ellas tienen ego, comparando signos zodiacales y años de nacimiento para buscarles el significado que nos convenga y nos haga reír.

Y si exprimimos tanto el hoy y resulta que ya no hay nada para mañana, porque racionar es para las crisis humanitarias, así sea. Que ya decía que el mañana llega igual y ahí estaremos, juntos si queremos, separados si queremos, pero que sea porque queremos y ya nos lameremos las heridas, como las cabras.

Todo es un juego. De palabras.

Todo es real. Son hechos.

Mezclemos ambas, digámonoslo todo, hagámoslo todo, y si se agota, así sea. Pero ni me lo planteo. Ni lo espero. Ni lo adelanto. Ya no adelanto. El carril izquierdo no es el bueno. Es en el derecho en el que están las salidas.

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