domingo, 31 de mayo de 2015

Como intruso

Llega con su silla plegable y antes de afianzarla en la arena me dedica una ligera inclinación de cabeza, reconociendo mi presencia y mi mirada. Al minuto y medio está en el agua. Es un tipo canoso y robusto, de unos 50, y actúa como si esto fuera rutina. Dura poco en el mar y se queda de pie, goteando, mirando nada, mirando al frente, mirándolo todo.

Una chica de bañador de colores imposibles pasa a nuestro lado, bordeando el mar, sin hacerle caso, demasiado concentrada en una conversación telefónica que dura una eternidad, pues se ha recorrido la playa cuatro veces desde que estoy yo espiando. Hable con quien hable, es más importante que el mar, que le acaricia incansable los tobillos y no consigue distraerla, como si el mar fuera rutina.

viernes, 29 de mayo de 2015

Castillos de arena

Papá dice que no hay que mirar fijo a la gente, que es de mala educación. Yo a veces no lo puedo evitar y miro sin pestañear y sin acordarme de que estoy siendo maleducado. Y no lo hago para molestar ni nada. Miro lo que me llama la atención porque... eso, allá que va mi atención, respondiendo a la llamada, que digo yo que es normal. Llaman y tú, pues contestas. Así que miro. Pero es de mala educación.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Agua y sal

Volverla a ver desnuda no le llevó atrás en el tiempo, cuando la veía desnuda todos los días. En realidad, era como enfrentarse a su cuerpo por primera vez. Habían pasado tantos años que el cuerpo que recreaba cuando la pensaba podría ser cualquiera, el de cualquier mujer de fisonomía parecida. Se fijó en sus tobillos mientras caminaba hacia el mar, en sus gemelos tensándose por el frío del agua, en sus muslos temblando, en sus nalgas tersándose, en su cintura inmóvil, en su espalda encogiéndose, en sus brazos agitándose, en su pelo tan negro como siempre, eso sí permanecía en su memoria sin lugar a dudas. No volverían a follar, pero se veían desnudos como si fueran familia, como si la relación caducada les hubiera otorgado otro estatus. Como si él estuviera de acuerdo con eso.

martes, 19 de mayo de 2015

Miradme - colaboración con Juan Ude, fotógrafo, para DSLR Magazine

Si os incomoda mi imagen, mi presencia, mi cuerpo, sois vosotros los que debéis cambiar la forma de mirar. Sois vosotros y vuestros prejuicios los que me desvisten y me convierten en objeto de censura. Sois voyeurs porque no sabéis ser espectadores. Aprended, y entonces... miradme.

Pinchad aquí si queréis disfrutar de esta colaboración con Juan Ude para DSLR Magazine.

viernes, 8 de mayo de 2015

Un beso en el espejo

Cierra la puerta. Cierra las ventanas. Cierra las piernas. Cierra los ojos. Así no te duele. No te duele el alma, ni la cabeza, ni las entrañas. No te amarga lo que piensas, no te endulza lo que sueñas, no te atormenta lo que recuerdas, no te asusta lo que imaginas. Ciérralo todo. Para abrirlo de par en par cuando estés tranquila y preparada. Si no sabes qué hacer, no hagas nada. Cuando lo tengas claro, camina. Sé guía de tus pasos y de tu tiempo. Llegarás sabiendo a dónde, mirando poco atrás, mucho al frente, convencida. Confiada.

sábado, 2 de mayo de 2015

Otras historias interminables

Renunció al teléfono móvil cuando se dio cuenta de que no sonaba más que para despertarle cuando programaba la alarma. Contaba 128 contactos, y en realidad le importaban menos de una decena, y de estos, hacía meses que el nombre no aparecía en la pantalla acompañando la vibración. Era incapaz de amortizar ninguna tarifa plana y nunca entendió los beneficios de estar conectado a Internet 24 horas, si él sólo recibía correos publicitarios y prefería quedarse con la duda o preguntar a alguien antes que buscar la respuesta en enciclopedias especializadas.

Una vez se hizo un perfil en una red social, y a los dos días se había quedado sin ideas para hacerlas trascender ahí. Le gustaba más oír al que cuenta un chiste y verle luchando para no reírse por adelantado que leer 140 caracteres de ingenio. Su trabajo existía sin tecnología y las parejas siempre las recogió en bares, bibliotecas, trenes o reencuentros fortuitos, de esos que hacía tiempo no vivía. Tenía edad para ser casi un nativo digital, pero consideraba que aún no se había inventado nada que simulara mirar a los ojos.

Y así, un viernes noche se vio solo. Y se echó la culpa, por no estar donde está el resto, por no ofrecerse para que le vieran aunque no le buscaran, por no lucirse en escaparates de los que pudieran sacarle.