viernes, 1 de junio de 2012

112 minutos


Después de casi dos meses, por fin se decidió. Puso la película que ella le había recomendado, la película que tenía a la espera desde entonces, y que no se atrevía a ver por miedo a lo que pudiera remover. Los diez primeros minutos le gustaron, le sorprendió la originalidad del argumento y la premisa. La siguiente media hora, pasó de la sonrisa a la lágrima, lo cual es síntoma de que la película es buena. Sin emoción no hay cine. La media hora que faltaba hasta culminar el segundo acto le deslumbró, y con el tercer acto se dejó llevar y terminó llorando a lágrima viva.

“Es preciosa”, le había dicho ella, cuando todavía su historia también lo era, la de los dos. 

Es preciosa, se repitió él con los títulos de crédito. Y sonriendo, embobado por el recuerdo inmediato de la trama, decidió escribirla. Dos meses sin saber nada el uno del otro y una película le empujó al teclado.

Mandó un mail corto, anunciando que había visto la película y que comulgaba con ella, era preciosa. Le deseaba que todo le fuera estupendo, le daba las gracias por haberle descubierto una película a la que él por sí mismo jamás le hubiera dado una oportunidad, se despidió con muchos besos y pulsó enviar. En ningún momento del mail perdió la sonrisa.

Luego fue al baño, a descargar la vejiga, porque otro síntoma de que una película es buena es que aguantas, aguantas y aguantas las ganas de mear, que darle a pausa supondría romper el encanto.

Mientras meaba, seguía sonriendo.

Luego mandó un par de mensajes a amigos cinéfilos, recomendando la película, pasando la bola.

Pasó la tarde repasando detalles de escenas que deberían pasar a la historia, para luego darse cuenta de que formaban parte de la suya, de la de ella, pero no de la de los dos, cuando estaban juntos.

Y no le importó. Después de dos meses, no le importó. El cine, a veces, funciona como terapia. El cine, a veces, te hace feliz.

Esa noche salió a tomar algo con amigos. Les habló de la película. Y se enamoró de una chica con piel blanca y pelo negro. 

Años después echaron la película en la tele. Recibió entonces un mail, de ella, claro. Estaba embarazada. Él no tuvo que hacer memoria, ni para recordar la película, ni para recordarla a ella. 

Se lo contó a su mujer, la chica pálida de pelo negro, que le besó como aquella primera noche, hicieron el amor como la primera vez, que no fue esa primera noche, y se rieron tomando una botella de vino desnudos en la cocina. 

Una película. Sólo una película. 112 minutos. Y la vida por delante.