jueves, 29 de octubre de 2009

Los voluntarios

(Sobre todo, primeras impresiones, con lo malas que son. Ya me corregiré).

Bea: aparejadora, madrileña, lleva mucho tiempo aquí y está como quemada, pesimista. Le atracaron en un taxi una vez y la dejó bastante traumatizada la experiencia. Cuenta treinta palos y su cara larga no me pega con esto. Se va en menos de un mes.

Klara: alemana, de Colonia, de grandes tetas y carita muy dulce. "She looks sweet... but she isn't", dice habitualmente Pete, sobre todo cuando gana Klara a las cartas. Tiene 19 años y lleva aquí tres semanas. Es un leona en la obra. Muy maja, muy risueña, y no habla nada de español. En la obra me he convertido en el traductor puntual de Ben, Klara y Pete. Joder, cada vez me siento más útil, sea en el idioma que sea.

Pete: el que más loco me tiene. 57. Abogado yanki jubilado. Mujer ingeniera para la NASA en Panamá, allí la dejo viendo lo atareada que estaba ella. Ha hecho levantamiento de pesas y tiene una fuerza de toro. Ay, padre, que tiene tu misma edad y hace cosas que ni tú ni yo, a la par, seríamos capaces siquiera de plantearnos. Chapurrea muy poco español, pero se esfuerza como un condenado. Trabaja mañana y tarde y los nicas de la obra le aprecian tanto que le gastan las mismas bromas que se gastan entre ellos, y él, a sus 57, les responde como si tuviera 30 años menos. Inteligente, el cabrón. Jugó en el Sunderland cuando tenía 20 años, es del Man United, no conoce al Betis y nos cuenta cosas sobre la colonia de vascos que residen en Utah, Wyoming y otro estado que ya no recuerdo. Endika flipa tanto como yo.
Lleva dos semanas aquí.

Endika: 23 años, de Bilbao, lleva nueve meses, está liado con Haley, y me resulta demasiado tendencioso su rollo. Vale, tío, llevas aquí el que más tiempo, pero no te creas nica, cabrón, que naciste en Euskadi y eso queda lejos. Por mucho que digas "vales verga", "callate", en vez de cállate, y más jerga nica, sigue siendo un puto gringo, más que le pese. Pero es majete, servicial y cumplidor. Entiendo en parte que se sienta el hippy más resuelto de La Prusia.
Lleva nueve meses y se va en diciembre.

Jose: economista y antropólogo, de beca, queriendo hacer un estudio que va muy lento pero no desespera. Probablemente es el más independiente de todos. Le tocó ser mi padrino y ha cumplido con creces. Muy agradecido le estoy, y no dejo de hacérselo ver.
Sólo lleva dos semanas aquí y se ha hecho con una bici. Se ha plantado en el centro de salud para proponer una concienciación del dengue. Ni un solo nica lo había hecho. Ole sus cojones. El jueves, a las 5, hay charla sobre el tema. Eso es compromiso. Eso es ganas de hacer cosas.

Vanessa: regordita, canadiense, sentido del humor afilado, en español o en inglés. Suele hacer el desayuno para los niños de la escuela y para los currelas de la obra, y de vez en cuando se sube al andamio a echar un cable. Lleva un mes y pico aquí.

Reanne: rubita, canadiense, inseparable de Vanessa. No he hablado mucho con ella.

Ben: batería de heavy metal, amante de Barcelona y de tatuajes feos como demonios. Tiene grandes excursiones en la cabeza, muchas de ellas bañadas en ron, y me descojono con él cada dos por tres. Klara, Ben y yo somos los peones, el equipo de gringos que acompaña a Pete. Ya soy parte de algo. Lleva tres semanas.

Eli: leonesa, veintipocos, camarera. Aquí da clases de apoyo a los crios. Majilla, pero parece que le cuesta soltarse con los nuevos. Tiene su grupete hecho. Hoy le toca a ella la cena. Tortilla de patatas… ¡con cebolla! Me rindo a sus pies. Lleva mes y medio.

Alba: granadina, actriz, veintialguno. Tiene don de gentes, todo nica que conoce la quiere, y por Granada es de las pocas que saluda por el nombre a nicas que yo no vuelvo a ver. Lleva mes y medio.

Haley: la novia de Endika. Es probablemente la que más me rechina. Y hay lo dejo porque sólo llevo unos días como para criticar a alguien que se ha venido al culo del mundo porque sí. No sé cuánto lleva, pero se va en noviembre.

Laura: la otra novata. Llego hace una semana con un esguince o sea que poco o nada ha hecho. Eso, a mí, me viene de lujo, claro. Es fotografa y quiere montar un taller de fotografía para niños. De momento está dando clases de alfabetización a micos de tres años. Aparte, tenemos nuestro super proyecto de hacer un reportaje de las familias de La Prusia y... de viaje de fin de curso, como dice ella, nos vamos a ir, porque me flipó la idea y cosa que se le mete en la cabeza no hay quién se la saque, a la región de los misquitos, los indígenas de aquí, en el lado del Caribe. Como es una excursión larga e intensa, hemos decidido que de hacerlo sería eso, de fin de curso, cuando terminemos el voluntariado.

Judith: la jefa. 68 años. ¡68 años! Montó esto con su marido hace cuatro, cuando vinieron a echar un cable a otra ONG y descubrieron que la ONG en la que a ellos les gustaría estar no existía. Típica abuela: repite mucho las cosas, se le va la cabeza, pero no puede parar, de organizar, de proponer, de mover, de hablar.

Judith (otra), Tess, Chapu, Óscar, Arantxa y Pochi: vinieron como voluntarios y ahora ya no están ACE. Tess vive en una casa desocupada de La Prusia y da clases en el cole. Chapu y Pochi se han montado un negocio de venta de frutas y verduras (van a Masaya a por ella y la traen por encargo). Óscar y Arantxa viven en Granada y montaron un negocio de maquinaria agrícola. Ya sabía yo que hay formas de vivir, no de malvivir, ajenas a las ocho horas en oficina de aire acondicionado y calefacción en estaciones equivocadas.

Hoy viene otra Laura, arquitecto, que se hará cargo de los proyectos de Bea. Así pues muchos de los que estamos ahora se van en un mes o dos, e irán viniendo nuevos. Esto no es el Gran Hermano que yo esperaba, sobre todo porque gente como Jose o Laura lo tienen en cuenta y no lo quieren. Intimidad y soledad son bienes preciados.

La hora es cosa del sol

Judith: Son las seis y media.
Nica, mirando al sol: No, son las cinco y media.
Judith: Que no, que ayer cambiaron la hora, que son las seis y media.
Nica, mirando al sol, y luego a Judith, extrañado: Pero mire al sol, Judith. Son las cinco y media. ¿Cómo que cambiaron la hora? ¿Quién? El sol no, desde luego.
Judith:...

Dos escorpiones antes de dormir

25/10/09

Después de una dosis de Internet (gratis para los que van con su portátil, he triunfado) para hablar con Madrid, nos vamos Laura, Judith y yo al mercado. Hacemos compras y dejamos a Judith en un taxi, y empieza a diluviar. Lluvia del trópico: un chaparrón tremebundo de diez minutos. La M30 no pasaría la prueba. Esperamos un rato a que escampe, pero escampar es simplemente que llueva con menos fuerza, así que nos decidimos y nos lanzamos.



Pasamos por un cine en la que echan La última casa a la izquierda y Puños de asfalto, pero ninguna de esas películas se llaman igual aquí, y el eslogan está en nica. Tengo que venir a ver una peli aquí.



Nos encontramos, casualidades de la vida, con una pareja que conocí en mi periplo costarricense, cuando casi aparezco en otro país, cual Macaulay en Sólo en casa 2, atrapado en el avión equivocado. Vienen de Masaya, donde por lo visto son fiestas y duran hasta el finde que viene, inclusive. Laura y yo nos miramos y tenemos plan para el finde que viene. Su tobillo (vino con un esguince) va mejor y el finde estará a tope para lo que sea menester. Es estupendo haberla encontrado porque es la única novata, como yo. El resto… ¿habéis estado en la playa de San Juan del sur? Sí. ¿Habéis estado en la laguna? Sí. ¿Habéis estado en Masaya? Sí. Laura, a todo eso, como yo, responde que no, así que la necesidad nos alía como compañeros de viaje que se inicia para los dos a la par.

Quedamos con Bea, Vanessa y la otra canadiense, que se llama Raianne, o algo así (Raian al oído). También anda por ahí Alba y un nica llamado Omar, muy majete, y de los pocos con pasta. Nos vamos a tomar un copazo.

Aquí se sirve así: botella de medio litro de Flor de Caña (muy serio para los que les guste el ron, la exquisitez dulce), refresco por otro lado, cubitera, y vasos. Y hala, a ver el fondo de la botella.

Hablamos de lo divino y de lo humano y descubro lo inteligente que es Vanessa, pues chapurreando español es capaz de hacer bromas cojonudas. El humor en otro idioma es síntoma de brillantez.

Nos terminamos nuestra botella, llamamos a un taxi y conseguimos convencerle de que nos suba a La Prusia, que con la llovida de antes, fino tiene que estar el camino.

26/10/09

Yo, que he hecho de estar tirado en el sillón una profesión, que hago del ordenador mi segunda piel, que rehuyo el deporte y el sudar, que me siento escritor y por lo tanto sentado es mi postura, yo, hoy a las 7.30 de la mañana, estaba haciendo cemento, sin hormigonera, que eso es un lujo. Seis barreños de arena, un saco de cemento y barreño y medio de agua. Remover, mezclar, un poco más de agua, remover, mezclar, cemento.

Yo, que me he roto huesos que no sabía que existían, que me he tropezado varias veces con piedras inexistentes, que me ahogo al nadar o correr, que sudo cuando follo y ya me parece demasiado, yo, hoy he subido bloques de piedra al andamio (de madera, hecho a mano, que el metal es de ricos), he movido el andamio de un lado a otro, he doblado alambres para formar estribos con los que agarrar el encofrado, he usado la pala más veces que en toda mi vida, he cargado sacos de cemento y barreños de mezcla, andamio para arriba, ante la mirada del nica obrero, que me llama debilucho y caballo, que es como aquí se llaman a los patosos, a los que no entienden, a los que les cuesta. Sos un caballo.

Pete, con sus 57 años, hoy me lo ha dicho, curra como el que más. Mientras el resto de voluntarios a la hora de comer se va y no vuelve a la obra, él se queda a comer con los dos nicas que ACE tiene en nómina para la obra. Por la tarde hay más mezcla que hacer y encofrados que fijar. Porque quiere. Y es abogado jubilado.

Klara, alemana, encaramada al andamio, como uno más, sin hablar nada de español, pero a ella no le llaman caballo. A Pete continuamente, pero porque saben que responde con
un Fuck You que a todos nos encanta.

Endika habla nica en la obra. Él dice que porque sino no le entienden. Yo, simplemente, creo que es un poco flipado. Pero también curra sin descanso.

Ha sido mi primer día de albañil y estoy molido. Bueno, albañil, peón y ya es mucho. Cemento por toda mi piel, litros sudados, el pelo hecho un buruño, las zapatillas blancas cuando me las compré negras, los músculos montándose unos encima de otros, llevar el tenedor a la boca es un esfuerzo… ha sido mi primer día, el más duro. Ahora sé lo que es estar en la obra. No todos valen. Yo no valgo, creo, pero no me quiero rendir, aunque La Mula, que es como llaman a Daniel, uno de los nicas contratados por ACE para la obra, me haya vacilado de más, llegando a tocarme los cojones. Pero mañana será otro día, espero cansarme menos, y dentro de un mes quizá le llame yo caballo a él. O quizá en una semana lo deje y me dedique a los críos. Laura quiere que me vaya con ella a dar clases a los críos. Y yo sólo le digo gracias y nos descojonamos. Creo que tenemos feeling esta chica y yo, pero es que yo, como Endika en la obra, soy un flipado con las mujeres.

En una hora y cuarto me voy a entrenar a los chavales al fútbol. Por supuesto, no me apetece nada, pues imaginarme corriendo detrás de un balón, aunque sea con niños de doce años, se me antoja durísimo, ahora que no sé si estas piernas son mías, si el corazón me late y si el dolor de los brazos se me pasará algún día.

Hoy he hecho algo por primera vez en mi vida. Construir.

Y me lanzo en busca de Lenin y de los críos y no los encuentro, así que vuelvo fracasado a la casa de voluntarios. Si no es fútbol… juguemos al Uno. Todo voluntario que llega y nos ve a Klara, a Pete, a Ben y a mí jugando al Uno se sorprende, pregunta quién lo trajo y todos me dicen lo mismo: “what a good idea”. El jodido Uno. Internacional donde los haya, simple donde los haya, divertido donde los haya. Laura se une y jugamos un par de horas, descojonados de la risa. Klara es competitiva a más no poder, sólo cuenta 19 añitos, todavía no sé que hace aquí. Viene de Colonia. Ben es majísimo, risueño, y no es el tipo duro que su tatuaje de Cristo y de un dragón dominando el globo terraqueo quieren hacer ver. Habla español bastante bien porque, textualmente, "estuve en Barcelona cuatro meses... con una amiguita", pero aun así se pone rojo cuando chapurrea español... un tipo que parece un vikingo. Lleva cinco años sin pisar los EEUU, le asquean, está hasta los cojones de la clase política y de la corruptela y no piensa volver. Y es de Nueva York. Como me suponía, cada historia de cada voluntario es una historia que contar y recordar.

Pete tiene a su mujer en Panamá. Es ingeniera y trabaja para la NASA, "and now she is so busy I just left her there", dice, entre resignado y tranquilo. No pregunto más.

Klara gana sin parar, juegue a lo que juegue, en este caso el Uno, yo me llevo alguna, Ben también, Laura idem, pero Pete no consigue quedarse sin cartas. "You are cheating me just because I'm old", bromea, el cabrón. Me tiene alucinado.

Y a cenar. Aquí la organización es como sigue: las comidas las prepara una mujer de La Prusia, a la que ACE paga para ello, pero la cena corre a nuestro cargo. Como la comida es, invariablemente, gallopinto (arroz y frijoles, a veces algo de pollo, a veces algo de ternera, a veces algo de ensalada, pero el arroz y los frijoles son una constante), está prohibido hacer lo mismo para cenar. Cada día le toca a un voluntario hacer la cena. Ese día libra de sus tareas para irse a Granada a hacer la compra. Bea nos ha preparado un guiso de pollo con berenjenas cojonudo. Miedo me da cuando me toque a mí. Yo ya les he ido avisando. La cocina no es lo mío, y propongo pasta para cuando me toque, pero también está prohibido para la cena. Maldita sea.
Lo bueno de este plan: cenamos todos juntos, que es la mejor opción para que ya les conozca a todos. Como en todo grupo de peña, hay corralitos de amiguetes. Reanne, Vanessa (las dos canadienses) y Bea son una piña. Alba y Eli idem. Jose es más independiente, y por necesidad, o por lo que sea, que soy muy flipado, ya lo he dicho, Laura y yo nos hemos asociado en nuestro papel de novatos.

Tras la cena, todos los días, hay reunión para plantear temas que quedaron en el tintero y para planear las actividades del día siguiente. Quién da clase de qué a quién, quién va a la obra, quién baja a Granada… El tema estrella de esta noche son las llaves de las casas de voluntarios (la azul, una de una sola habitación comunitaria de nueve personas donde se respira el mejor rollo; la amarilla, la mía, de cuatro habitaciones de cuatro). Por lo visto ha habido algún robo, hay sospechas de quién ha sido, y además un día, Carlos, el cuidador de la finca, entró sin reparos en las casas para fumigar y se enfrento al genio de Haley, que es mona, pero la verdad, se me antoja un poco gilipollas, marimandona y tiquismiquis. Esto es Nicaragua, nena. Ja. En fin, que qué hacer con las llaves, si mantener el plan de hasta ahora (una llave común para cada casa, escondida en algún sitio) o si lo cambiamos y que cada voluntario tenga una llave. Por supuesto, esta segunda opción es una locura. Judith plantea que a Carlos hay que tratarle como lo que es, un nica inculto y orgulloso. Hay que hacerle un poco la pelota, que se sienta respetado, y entonces estará a nuestra disposición. Yo estoy con ella, la diplomacia por bandera, adaptarse al entorno. Pero Haley dice que no confía en él, que bla bla bla. Me saca un poco de mis casillas, pero sólo llevo tres días. Ver, oír y callar. En fin, que ni una llave para Carlos y que él nos abra cuando no haya nadie, ni una llave para cada voluntario. Se decide unánimente que el plan se queda como está, pero que el escondite de la llave vaya rotando. Alba, en un aparte, me explica que los nicas tienen una habilidad especial para ver en la noche, y que seguro que nos calan guardando la llave, pero que es un riesgo que hay que correr porque no existe la solución perfecta. Y se levanta la sesión, y me retiro que estoy reventado. Son las diez de la noche y es como si fueran las tres de la mañana.



27/10/09

A la obra, señores. Hoy, en mi segundo día, me he encontrado más suelto. Ya le respondo a Mula con algún vacile. Bismarck, el jefe de la obra (¿una Prusia sin un Bismarck? No puede ser), al que llaman Pico, ya me llama por mi nombre y me da órdenes. Soy uno más, y aunque el curro de hoy ha sido más duro (rellenar el suelo de la estructura un par de palmos con arena para luego echar cemento, hoy ha sido día de pala, pala, pala), no me he cansado tanto. Se ve que me voy haciendo. Y sólo llevo un día. Esto es duro, me estoy curtiendo, tengo las manos con alguna ampolla y los músculos en tensión. Y lo mejor de todo: cada vez me río más. Nos lanzamos mezcla, piedras, rollito gay como en toda obra de cualquier país. Joder, quién me ha visto y quién me ve. Sólo me falta piropear con grosería.

Descubro por fin la casa de Lenin, que está en el proyecto, inútil de mí, y me acerco a ver qué pasó ayer. Me dice que tuvieron que ir a jugar al fútbol antes, a las 3, que lo siente y que mañana vuelve a haber entrenamiento, esta vez a las cuatro. Quedamos de nuevo. Su hijo, Vladimir, no deja de darle a la bola y de mirarme de vez en cuando. Parece que busca mi reconocimiento. ¡El mío, que soy un patán al fútbol! Pero soy gringo, claro, y la aprobación de un gringo es el sumun.

Peter me explica que para los nicas de la obra no sólo somos caballos, sino que somos gilipollas, pues sólo curramos por el plato de gallopinto que nos dan.

En un momento dado, Laura ha aprovechado el descanso en la escuela para venir a buscarme e ir a por un café a donde Mayela, una mujer del proyecto que por un par de córdobas te pone el café más rico que he probado. Y te saca un pico, un bollo triangular que da la vida. Nos acompaña en nuestro periplo cafetil Pochi, el de Alcalá de Henares, que vino con ACE y terminó estableciéndose aquí.
Y de vuelta al tajo, que ya no queda nada.

Comemos gallopinto, pero, oh sorpresa, qué suerte la mía, también hay pollo empanado y ensalada.

Jose me comenta que por primera vez en mucho tiempo sabe lo que es vivir sin móvil. Yo le digo que no sólo sin móvil, que yo ahora vivo sin saber la hora que es, orientándome sólo por las costumbres. Si comemos, será esta hora. Si cenamos, será esta otra.

Y terminamos y todo el mundo muere en algún rincón, así que duchazo, cambiarse de ropita, escribir esto mismo, ver a las gallinas y a los gallos que no saben cuando cacarear y que nos invaden, y disfrutando de una ligera brisa, en un porche de madera, con Ben leyendo sobre la historia de un periodista en la guerra sandinista, tumbado en la hamaca, Klara con el iPod en otra hamaca, y una radio de fondo, del vecino, con tonadas nicas. Esto es vida, y eso que he venido de la obra.

28/10/09

Klara se ha quedado sobada, voy por ella a la voz de "Klara, it's 7.30", y responde con un adormilado seisse (mierda en aleman, como se escriba). Salimos escopetados, Pete y Ben ya están allí, haciendo mezcla (cemento ligero para pegar bloques, que luego nos toca hacer el cemento para el encofrado, que eso es diferente... joder, hay dos tipos de cemento... ¡y sé hacer ambos!). Ya le he cogido el punto a La Mula, no hay de qué preocuparse, tiene sus días. Pico me manda como a uno más, ya llevo tres días currelando, con cemento hasta en las pestañas, y no me canso tanto. En tres putos días. No, si volveré fuerte y más sano, yo que creía que volvería desnutrido y asfixiado.

Klara se vino aquí tras terminar el instituto. No sabía que estudiar en la uni y decidió que se iba a ver mundo mientras lo pensaba. Le digo que es una sabia decisión y ella me responde que casi nadie en Alemania piensa así, que todo el mundo se quedó asustado cuando dijo que no iba directamente a la uni. Yo le digo que empecé Historia, que hice un módulo de informática y que resulta que ahora soy periodista, y que entre esa pérdida de tiempo buscando qué carajo hacer, y su opción, la suya es la más inteligente. Sonríe con toda la cara y me da las gracias. Y yo le digo que no, que ni gracias ni ostias, que los mentes cuadradas que le recriminaran el viaje se quedarán toda la vida viviendo un modelo (estudiar, trabajar, parir) que sólo es eso, un modelo, y que ella en cambio vivirá habiendo visto y elegido más modelos. Se le cae el culo. Si es que, qué majo soy.

Hablo inglés y español continuamente, saltando de un idioma a otra, traduciéndoles a los yankis y a Klara en la obra, y no me cuesta el cambio de lengua. Me sorprendo a mi mismo, y no hay nada más gratificante.

Después de comer (hoy al gallopinto lo acompañaba pasta, arroz y pasta en el mismo plato, voy a volver hecho un tonel, pero fibroso, juas), me voy a entrenar a los chavales. Llego al sitio donde Lenin ya está con los chavales. Son 23, de entre 6 y 12 años, y forman un equipo llamado Los Halcones. Les metieron 11-0 en el primer partido y yo me río cuando me lo cuenta Lenin. Él cree que me río por la paliza, pero no amigo, me río porque yo he jugado en un equipo en el que las docenas de goles por partido eran una constante. Ah, Tostainas Team, qué tiempos. 100 a 1 a que Los Halcones nos hubieran dado una paliza (o, en nica, "nos hubieran turqueado"). Les pongo a hacer un rondo, me hacen caso, les grito y les ordeno y les hago reír. Les pongo a tirar paredes, a hacer carrera continua y a moverse con el balón pegado al píe, yo, que hago del control de esférico un arte por descifrar. Formamos un par de equipos y a jugar la última media hora. Erik, de seis años, pasa del partido y se dedica a hacer el bobo, que para eso tiene seis años. "Erik, que estamos aquí para jugar al fútbol, no para hacer el tonto". Y me doy la vuelta y seguimos. Y al rato le veo sentado en un aparte con la cara larga. "¿Qué pasó, Erik?". "Que me llamaron tonto". "¿Quién te llamó tonto?"... "¡Usted!". Se me cae el alma al suelo, pero le doblego, le hago reír, y al rato corre como un poseso detrás del balón. Algunos juegan descalzos, en un campo en el que hay mierdas de vacas y poco les importa, otros se prestan las zapatillas, por lo que van con un pie desnudo y el otro calzado. Pero todos, tengan la edad que tengan, pesen lo que pesen, no le tienen miedo a nada. Meten la pierna como si les fuera la vida, se hacen daño, pero no lloran. Son duros y quieren demostrarme que son buenos. El portero me dice que le llame Casillas. Jason no quiere ser defensa pero le explico que un buen defensa es capaz de hacer muchas más cosas que un delantero. Rafa se ha escapado de clase para venir al entrenamiento. Me estoy dejando la garganta. Me siento como si dirigiera la puta Masía, coño. Aquí hay diamantes en bruto.
Y el entrenamiento termina cuando Carlos se lleva un balonazo en la cara que le pone el ojo morado. Por primera vez veo a un niño nica llorar.

De vuelta a la casa de voluntarios por el camino de La Prusia voy con Darian y un coleguita suyo. Me cuentan que tengo que ir a la laguna, que es el cráter de un volcán, que no tiene fondo y que a lo mejor se puede llegar al otro lado del mundo. Le digo que quién sabe, que un equipo de buzos yankis llegó para explorarla y tuvieron que desistir porque cuando más hondo llegaban, más caliente estaba el agua (esto es cierto).
Nos despedimos y llego a la Casa de Voluntarios engrandecido. Soy un jodido entrenador de fútbol.
Cenamos (cada vez me gusta menos el plan este de cenas; el que hace la cena del día siguiente, limpia la mesa y friega hoy, y me parece una paliza, que cocinar para 15 ya es un coñazo como para encima tener que fregar el día anterior... pero quién soy yo para cambiar nada... voy a empezar a mover hilos, a ver si no cae en saco roto un posible cambio, ya se verá. Laura está conmigo, pero ella, como yo, es una jodida rookie). Laura conoce a Jimmy de Santander (fue a clase con tu prima, guey).

Klara y yo le damos al chess. Ayer le gané, pero hoy se está tomando la revancha. Insistimos en la necesidad de comprar cartas de poker. Me enseñan a jugar al Catan, un juego de estrategia con tablero manufacturado importado de Alemania. Menuda friki esta Klara, qué grande el Pete que la vacila sin parar. "Klara, you are so nerd... but you are cute".

Y al catre. Y entro en mi casa y en el comedor dos escorpiones negros impidiéndonos el paso al merecido descanso. Les atizo con la escoba, se ponen en plan defensivo, pero yo soy grande y estoy armado. Eli y Klara subidas a dos sillas. Les expulso de mi morada, pero les dejo vivos. Para que cuenten lo que pasa cuando entran en mis dominios.
Se me cae la mosquitera. Me peleo. Sudo. Linterna en mano y en silencio, resoplando. Gano la batalla y a sobar.



29/10/09

Hoy me voy a escaquear un poco antes de la obra, que le toca a Lau hacer la comida y me parece un canteo que se vaya sola, con el píe hinchado, a hacer la compra. A las 10 me viene a buscar, estamos haciendo cemento, cemento, cemento (concreto, se llama concreto, que sos un caballo... es absurdo explicarse que han traducido mal). Comemos algo, nos duchamos, y para Granada. Por el camino de La Prusia me saludan chavales cuya cara me suena pero que no sé el nombre. Me dicen que cuando entrenamos de nuevo. Les digo que el lunes, pero que practiquen por su cuenta las paredes y el control de balón.

Nos metemos en el mercado, maremágnum de puestos. Quiere hacer vinagreta, así que asaltamos a las verduleras, que no sólo nos cobran menos ante una compra tan bestial, sino que nos regalan tomates.
Consigo dos barajas de poker por 40 córdobas cada una (dos dólares). En la siguiente tienda las vendían a 20. Soy un puto gringo.

Llamo a casa para que padre no me reconozca la voz y se crea que soy Carlos, y le tengo que decir que no, que soy el hijo que está en Nicaragua buscándose a sí mismo. En Madrid no ha pasado nada, Gurtel sigue y el Madrid ha palmado 4-0 contra el todopoderoso Alcorcón. Charlie, te digo yo que los Halcones también podrían con Cristiano.

Y al Tres Mundo con mi miniportatil a contaros esto por cero pavos. Por cierto, hablar cinco minutos con casa me ha costado 17,50 córdobas... 80 centavos de dólar... estaos en casa, colegas, que cualquier día os llamo, que me sale más barato que hablar de móvil a móvil en España. EEC. Esto Es Caribe.

Y enviar y a comer algo y un día más en el otro lado del mundo, encontrándome cada vez mejor, sintiéndome un mensch, que dirían los judíos que aquí no existen.

No os echo de menos, pero se me saltan las lágrimas con vuestros comentarios y mails. Sólo cuando te vas al carajo te dicen que te quieren por escrito. Gracias, chavales, de verdad. Se os quiere Atlántico mediante.

domingo, 25 de octubre de 2009

Nicaragua Experience: los dos primeros días

23/10/09

Con una hora de retraso llegué a Costa Rica, donde diluviaba. Tres pelis, tres almuerzos, algo de dormir, y de repente, volamos sobre las islas Cayman, y al rato, aterrizamos. No aplaudió nadie, y eso me gusta. Lo suyo es que aterricemos sin problemas. A un conductor de autobús no le aplaude nadie.

Dos operarios del aeropuerto hablaban sobre las diferencias entre el Niño y la Niña. Sólo alguien que está en mangas de camisa con semejante aguacero es capaz de distinguir entre ambos fenómenos.

En Costa Rica debía coger el vuelo a Managua, y casi acabo en San José de Panamá. Y la culpa es de las azafatas y demás, que me cortaron el ticket sin fijarse en que San José de Costa Rica - Managua es una cosa y San José de Costa Rica - San José de Panamá es otra, que llamar a dos ciudades del mismo modo lleva a confusión. Menos mal que mi número de asiento también lo llevaba una chica, con lo que se desveló la trama. ¿Si nadie tuviera asignado mi mismo número de asiento? Prefiero no pensar como sería ese momento en el que el piloto anuncia "Buenas tardes, damas y caballeros, soy el capitán Tal Cual y estoy al frente de este Embraer 190 con el que iremos a San José de Panamá". Mi cara hubiera sido curiosa. Salí escopetado del avión entre las risas del personal.

Así que finalmente llego a Managua, donde Hugo y Angélica, su mujer, me esperan con su desvencijada camioneta, al estilo pick up. Verles sujetando un cartel improvisado con mi nombre es como haber visto a Dios.

Empezamos los tres el trayecto y, después de pillar un par de momentos de lluvia intensa donde era imposible ver nada, terminamos unos siete, cuatro autoestopistas en la parte trasera. Carreteras sin iluminar, pasión por el tuneo de los coches, sobre todo por las luces azules enmnarcando matriculas y anunciando llantas baratas, mucho joven en las carreteras, perros famélicos, bicis de tres ruedas, dos adelante bajo un transportín, una detrás bajo el asiento del afanado conductor. Y así hasta llegar a Granada, que sólo está a 30 kilómetros de Managua, pero que no ves hasta la hora y pico.

Granada debe ser bonita, pero hemos entrado entonces por el sitio más feo. Son todo casas bajas, desconchadas, comercios que tienes que adivinar que lo son, corrillos de chavales frente a mesas de billar y muy poca luz en las calles. Hugo me dice que hay dos caminos para llegar a La Prusia y que ha elegido ese porque el otro, con las lluvias, se convierte en impracticable. Pues cómo debe ser el otro camino, porque éste es un imposible, lleno de socavones, piedras, agujeros y niños que nos jalean para que les llevemos.

Llegamos en la oscuridad total, y son las ocho de la tarde. Hugo y Angélica me dejan en la entrada de los terrenos de ACE. Entre la oscuridad, una linterna y un torso desnudo. Jose está para darme la bienvenida, el resto se han ido por ahí a cenar. Jose es madrileño, economista y estudiante de antropología. Está aquí, listo él, con una beca que le ha dado la universidad para hacer el proyecto. Claro, él eligió una ONG. Le pagaron el vuelo y aquí está desde hace dos semanas, y en dos semanas está más suelto de lo que me podría imaginar. Tiene ideas para llevar a cabo, se conoce esto con soltura y se ha marcado alguna excursión. Un tipo con recursos que en Madrid, entre otras cosas, repara bicis. Al primer día cometió la osadía de comprarle una bici de segunda mano a un propio. Al tercer día cometió la osadía de irse andando solo hasta la laguna. No le pasó nada.

Charlando con él esperamos a que vuelva alguno más y nos dedicamos a colocar la mosquitera. Las camas van en litera, a mí me toca abajo, y poner una mosquitera ahí se ha convertido en una empresa ardua donde las hayas. En dos minutos he sudado más que en los últimos dos meses.

Hay dos casas de voluntarios en ACE2. En la que yo estoy hay dos habitaciones de cuatro. En una estamos Jose, Bea, una aparejadora que se va en un par de semanas, y yo. En la otra está Endika, un bilbaino de 23 años que se encaramó a uno de los árboles más altos del recinto para colgar una bandera del Athletic de Bilbao conmemorativa de la última final de la copa del rey. Me parto. En Nicaragua ondea el orgullo de los leones.

Endika y una chica canadiense de ojos azules, no recuerdo su nombre, son pareja, entre comillas. Ella se va el 20 de noviembre.

24/10/09

He dormido cómo he podido. Entre el jet lag, la emoción, ruidos de la selva que hasta ahora sólo asociaba a pelis tipo de En busca del corazón verde, y que los voluntarios que faltaban habían dedicado esa noche a un estudio concienzudo del ron local, me he dormido y despertado tantas veces que no sé si me he dormido o simplemente he dado vueltas bajo una mosquitera que se me antoja endeble.

Un gato se ha peleado en nuestra cocina con una zariguella. Los guecos, una especie de salamandra, plagan la casa y hacen un ruido como si te tiraran besos. No son peligrosas y hacen la estupenda labor de comerse a los malditos mosquitos portadores del dengue (hay un foco localizado de dengue en Masaya y van a venir unos propios a contarnos qué hacer).

A las seis estaba en píe. Aquí anochece a las 18 horas y a las cinco hace sol, y a las siete el lorenzo es tan intenso como a mediodía en el otro lado del mundo.
He desayunado con Judit, la mujer de Ángel y jefa del lugar. Mujer de pelo blanco cortito, ojos claros y vivos, de unos cincuenta y tantos. Habla por los codos, pregunta más, quiere saber, y quiere que sepa. Me encanta. Es la vitalidad personificada y tiene muy claro su papel aquí. No vienen a imponer nada, sólo a proponer, y sólo hacen cosas si se implica la gente de la Prusia. No tiene sentido hacer nada para alguien si ese alguien no tiene interés, y nosotros simplemente no somos nadie como para decirles que las cosas se hacen así o asá porque así nos lo enseñaron a nosotros a 10.000 kilómetros de distancia, donde no hay selva, donde el agua es para todos y no es un lujo y donde todos tienen un graduado escolar. Estoy encantado, he venido a donde quería y no sólo no me está decepcionando sino que me está sorprendiendo más de lo que creía, que ya es.

Judit, que es madre, me deja su móvil para una llamada rápida a casa, que aquí las compañías españolas simplemente no hacen su función. Y eso que Movistar está por todas partes. Hijos de puta los de Telefónica. Su negocio no está en España, ilusos que somos. Llamo a casa a la voz de "Buenos días, Madrid" y madre alucina con que a las siete de la mañana deambule.

Me quedan por conocer a la mayoría de los voluntarios y, sobre todo, a los nicas. De momento sólo conozco a Hugo, a Angélica, que lleva las cuentas de la ONG para justificar las donaciones, y a Carlos, uno de los cuidadores de la finca.

Alacranes, hormigas que pican, tarántulas, arañas picacaballos (no preguntes porque se llaman así, obvio es)... ja, y yo que temía a los mosquitos.

Y más que van apareciendo mientras espero a Jose para irnos a Granada, a hacer comprita y demás. Clara, alemana, Eli y Alba, españolas.

Endika me cuenta las dos veces que le han robado, ambas viajando solo. A Bea le robaron en un taxi... bien, ya me llegará la hora. De repente habla con su chica de jugar a algo, y yo les digo que me he traído el Uno, el juego de cartas, muy diver. Lo conoce, claro, y me dice que tienen naipes españoles también, y yo no me aguanto y le digo que paso de las españolas, que al póker se juega con baraja francesa, que es la que yo traigo. Y entonces Endika pronuncia las tres palabras que no debería: ¿texas hold em? La cagamos... los jueves hay timba local, 100 córdobas el buy in y premio para los dos primeros. Me cago en la puta, en el otro lado del mundo. Nos descojonamos de lo lindo.

Termina sacando la guitarra y Alba la letra de Redemption Song. Cantamos mientras Endika saca los acordes. Bob Marley en nuestras bocas, tan lejos de casa, tan cerca de la suya.



Antes de irnos pasamos por la otra casa de voluntarios y conozco a Peter, un yanki residente en Panamá, de cincuenta y pico, jubilado, con un tatuaje sobre el pezón izquierdo en forma de sol rojo. Alucino.

Y nos vamos a Granada, andandito por el camino, por donde Jose saluda ya a los niños por su nombre. "Aquí, cuando te saludan, dicen tu nombre, así que vete aprendiendo el nombre de la gente". Interesante. No sé ni cómo me llamo yo, joder.

Se nos unen tres voluntarias, Bea y dos canadienses de nombre ya olvidado. A medio camino, un pick up se ofrece para llevarnos, y nos encaramamos a la parte de atrás, donde nos toca esquivar ramas y demás. Una vez nos deja nuestro anfitrión móvil, a patita hasta Granada. Y aquí... escribir deja de tener sentido. La idea es cambiar dólares para hacer compritas en los puestos, así que recorremos el entramado de puestos, olores, chillidos, anuncios, voceros, coyotes (tipos con fajos de córdobas impresionantes que cambian dólares, pero claro, no llevo calculadora, no mola), vendedores de refresco en bolsas (aquí las botellas y los tetra bricks no son el envase habitual, aunque el contenido sea liquido, te venden el refresco en una bolsa de plástico transparente, como las de las chucherías, con una pajita asomando), farmacias, ferreterías, peluquerías, pulperías (como los chinos en Madrid)... tengo los sentidos abotargados, no doy más de sí. Huelo cosas que no sabía que podían oler, veo tantos colores que ya no sé cuántos hay, oigo voces y ruidos que vienen de todas partes y de ningún sitio... ¿cuándo me habituaré? Llevo sólo un día aquí, pero me da la impresión de que no voy a dejar de alucinar en mucho tiempo.

Aquí los taxis te pitan, no para que te apartes, sino para que te subas. Y los taxis son compartidos. Y hay ricksaws motorizados, y carromatos, y más puestos, y un lugar donde cambiar dólares a buen precio. 20,64 córdobas = 1 dólar. Así que saco un billete con la cara de Franklin y me dan un buen puñado de córdobas. A comprar... pero nos ha dado hambre, así que toca zampar, e invito yo, que mi padrino, el gran Jose, ante mi falta de córdobas, ha pagado las dos onzas de frijoles que hemos comprado. Nos metemos por la calle más turística, llena de yankis, y elegimos una buena terraza donde nos sirven un litro de Toña, cerveza aguada de aquí, y un baho para cada uno. A saber: platano verde frito, platano maduro frito, arroz, ensalada de cebolla y pimientos, yuca, que es algo completamente insípido, y carne de res. Teniendo en cuenta, le digo a Jose, que res en latín es cosa, espérate cualquier idem. Comemos por unos cinco euros... los dos. Y claro, invito yo.

En la comida, descubrimos que compartimos fecha de cumpleaños y hablamos de nuestras motivaciones para venir hasta aquí. Me empieza a contar sus viajes: Argentina, Brasil, Uruguay, Islandia... Me siento un pato.

Yo no puedo con semejante plato. Y no dejan de acosarnos vendedores ambulantes, a los que vamos respondiendo no con un grado de irritación que va aumentando. Y claro, a uno que diréctamente no sé lo que me está diciendo le digo que no a lo que sea. Y se llevan mi plato con las sobras y miro al niño pesado y... se me viene el mundo encima. Me estaba pidiendo las sobras. Qué vergüenza. Al minuto aparece el camarero con mis sobras, recompuestas en un plato, y se lo da al chaval, que con sus dedos sucios y un trozo de pan hace desaparecer lo que yo había deshechado. Me siento fatal. Me siento gilipollas. Tengo que cambiar el chip. Aquí no sobra nada. Le digo al niño que no le había entendido, que creía que me quería vender algo (silbatos de madera con forma de pájaro, hamacas, relojes, collares, tabaco suelto, caramelos...). El niño se ríe. Es increible, pero se ríe. Le digo a Jose que esto lo tengo que escribir echando ostias, que es el mejor ejemplo que me he encontrado de lo poco que sé de nada. Y nos vamos al super con el baho atravesado.

De camino nos paramos a preguntarle a un hombre que vende crías de cerdo que cuánto. Entre 300 y 400 córdobas, depende del peso, tienen dos meses, todos apiñados en el carromato. Un cerdo por diez euros. Esto es demasiado, pero nos vamos sin el cerdo, claro. Yo por mí lo compraba, claro. Nos ha jodido. ¡Un cerdo por diez euros! Se me ocurre el negocio de exportación de cerdos a España. Ja.

Nos metemos en el super en busca de cosas para desayunar y comer los findes, que los días de currele el almuerzo es gratis. Es curioso, tras la cajera hay un carrito. Ella va dejando nuestras cosas en él después de pasar los productos por el lector de código de barras. Pagamos y Jose coge el carrito y lo lleva a un apartado, donde hay una barra como de bar. Allí metemos las cosas en bolsas y dejamos el carrito en su lugar, junto a la cajera, que no deja de silbar. Es la manera más lógica que he encontrado de evitar colas en un super. Luego me entero que el super es de la cadena yanki WallMart, o sea que el mérito no es nica. Agh. Tengo mucho que aprender.

Las compras a las mochilas y de vuelta. Paro para hacer una foto a los autobuses de aquí, tipo autobús escolar de los yankis (gringos aquí, pero gringos somos todos los no nicas, es más, nos hablan en inglés). Decidimos que el calor, el sudor, la caminata y todo no compensa, así que nos sentamos en la puerta del cementerio a esperar a un autobús. Pillo una Cocacola en un puesto de al lado (el cementerio parece una sede social, será por el fresco que dan los muertos). Las Cocacolas van por onzas, así que me dan una de 12 onzas, que son 354 mililitros. En vidrio. Está aguada, como la cerveza.



Llega el autobús y tenemos que correr tras él porque la parada está un poco más allá. Primero te subes y ya pagarás. Nos hacemos un hueco en el transporte de principios de siglo y pagamos cinco córdobas cuando el revisor, totalmente de civil, nos pone la mano delante de la nariz. No hay paradas fijas, tienes que decir donde vas y el revisor lo grita al conductor que, si no le ha oído, simplemente silba, y entonces el revisor grita más fuerte. Si no hay silbido es que está todo entendido. Nos bajamos en Valle Escondido, una urbanización pija, junto a la cual sale un camino cochambroso que es el nuestro. He ahí el contraste. A nuestra derecha, un camino asfaltado, con jardineras estupendamente cuidadas bordeándolo. El nuestro es un camino para uno solo, vamos en fila, tupido y sin cuidar, separado por una valla del primer mundo. A nuestra izquierda, una cárcel. Jose, antropólogo ansioso, dice que le gustaría conocer las condiciones de los presos de aquí, para añadir al rato que tal vez no lo quiere saber.

A medio camino nos encontramos con la canadiense novia de Endika y otros cuantos voluntarios que no conozco, acompañados por un par de nicas. Alba es actriz para la compañía Atalaya. Es granadina y aquí está, en Granada. Eli era camarera en León, y ahora está aquí, tan cerca de otra ciudad que también se llama León. Chapi es de Alcalá de Henares pero todavía no sé que hacía con su vida. Van al acto de graduación de los mayores a los que han ayudado, que hoy logran algo tan grande como su primer título de estudiante. Con el orgullo por las nubes, pensando incluso en la secundaria. Pero Jose y yo estamos demasiado sudados y reventados como para ir, así que seguimos nuestro camino. Me señala agujeros que deben de estar ocupados por tarántulas, que me dice que son preciosas. Sólo atacan por miedo, pasa de ellas, míralas, pero no te acerques, que se asustan y es cuando pican. Aquí sólo las hormigas y los mosquitos pican por amor al arte.

Pasamos por ACE1, la primera parte del proyecto. Casas nuevas, una escuela para las clases de apoyo que imparten a los chavales, y están levantando, que ahí supongo que me uniré el lunes, un recinto para hacer de escuela taller de cerámica y carpintería. Jose me pregunta si sé algo de alguna de las dos cosas, y mi cara le responde con una sonrisa estúpida. Se ríe sin parar y me dice que él tampoco. También han levantado un centro social que los nicas emplean para reuniones de alcohólicos anónimos. Es impresionante la voluntad que le ponen los voluntarios y los resultados visibles que hay. ¿Se apuntan los nicas a alcóholicos anónimos? Pues los hay que sí, que hasta en la pobreza más absoluta se dan cuenta de que el ron no les aportará nada más que resacas llevaderas (muy llevaderas me dice Jose, que aquí el ron es exquisito) y palos a su bolsillo. Así que sí, se apuntan, y alguno lo ha dejado, dice Jose con satisfacción. Es fácil sentirse útil aquí, joder. Pero yo me sigo sintiendo un zopenco, y se lo digo a Jose, y él me responde que yo aquí soy un sabio para los nicas. Y yo le respondo que aquí se le saca más partido a un albañil que a un sabio. Decía Gerry, mi profe de sociales, ese gran profe que tuve, que el conocimiento es tu libertad. Pero en miseria no hay libertad, sólo ganas de llegar al día siguiente.

Son las cinco menos cuarto de la tarde y estoy reventado. Entre el pateo, el calor, la sudada... ¿me habituaré al trópico? No sólo te habituarás, me dice Jose, sino que con el tiempo, como no andes con cuidado, te conviertes en un nica, como Endika, que en nueve mesas habla como ellos, descansa como ellos y se mueve como ellos.

Jose se ha ido con la bici a dar una vuelta y yo... yo creo que me voy a releer las desdichas de la familia Buendía. A Gabo seguro que se le lee mejor en el entorno adecuado. Y esto no es Macondo, pero poco le falta.

Ni Macondo ni ostias. A las seis de la tarde me he quedado dormido. Ya sé lo que es el jet lag de verdad. Ni cena, ni bajar a la fiesta de la graduación de los mayores, ni nada, dormir, por fin, durante más de diez horas.

25/10/09

A las seis en pie, de nuevo, doce horas atrapado en la mosquitera y soy de nuevo persona. Desayuno un café con leche y el trozo de bollo que me compré ayer y que un gato ha debido descubrir. Me como las migajas y me acerco a donde Judith, que es la única en pie. Por lo visto muchos voluntarios fueron a la fiesta de graduación y tomaron y tomaron y ahora mueren en sus camas.

Judith es parlanchina a más no poder, y a mí ahora mismo lo que más me puede interesar es escuchar. Así que abro bien los oídos y me dedico a descubrir. Me habla de EEUU, país de límites, donde hay cosas increiblemente buenas y otras increiblemente malas. Me cuenta cómo su hija consiguió que le admitieran para hacer un master de medicina, algo muy difícil y caro. Mirando a los ojos al director de admisiones, con 18 recien cumplidos, le dijo "Es que esto a mí me interesa mucho. Si no me admiten, me tendré que volver a España, porque esto es lo que yo quiero hacer". La cogieron la primera. En EEUU el currículum sólo es una parte, no un todo, te toca demostrar muchas más cosas.

Me habla de Bill Gates, pues su yerno trabaja en Microsoft. Me dice que nadie le llamaba Bill ni Mr. Gates, que era Billy para sus empleados. Adora a ese hombre, y yo le digo que en Europa la percepción que se tiene de Gates es mala. Ella me explica cómo es Billy, y yo por primera vez no veo al Señor Gates como el grandísimo hijo de puta que siempre pensé. Por algo es Premio Principe de Asturias su fundación, me explica Judith. Yo, simplemente, asiento, avergonzado por el atrevimiento de la ignorancia.

Me habla de la mucha razón que tiene Michael Moore. Me cuenta que la YMCA es apasionante, que no se dedican a formar estudiantes desde pequeñitos, sino a formar personas independientes. Así, me cuenta como su nieta de tres años le corregía, y no a la inversa.

Una hora de charla en la que me desmitifica el infierno que creía que era EEUU en muchos aspectos y en la que vuelvo a descubrir a una mujer apasionante. No se corta en criticar a EEUU, ama a España, pero también sabe alabar lo mejor de los yankis. El individualismo y la cultura del esfuerzo tiene, como todo, sus cosas malas, pero qué carajo, también tiene unas ventajas que desde Europa nos cuesta reconocer. "En EEUU, de primeras, tú eres inocente, te creen en lo que les cuentes... en España tienes que demostrarlo todo antes... en EEUU, si te pillan después de haber creído en ti, la has cagado, claro". Ejemplo: montar ACE en EEUU le llevo una semana. Montarla en España, un año. Los yankis, cuando les cuentas que tienes un proyecto, te creen y te apoyan. Luego no les falles, que las consecuencias son terribles. En España se curan en salud primero.

Me acerco a la otra casa de voluntarios, donde están los yankis y las canadienses y Laura, santanderina.

Peter tiene sesenta y alguno, es abogado jubilado de EEUU y... ¿y? Suficiente parece para que le mire como embobado, pensando en la historia que tiene que tener detrás. Aún no he hablado más de dos palabras con él, pero algo me dice que tengo que sentarme un día con él y abrir de nuevo mis inocentes orejotas.

Ben es de Nueva York pero yo le he tomado por aleman. Rubio teutón, perilla teutona, y un color de piel nórdico. Pero es de NYC, carajo. Tatuados brazos y hombros y manejando un español mínimamente solvente. Las dos canadienses son divertidas, y ya de primera mañana bromean con los pancakes que han hecho para todos. Pero yo ya he desayunado, maldita sea. Vanessa y Ryan se llaman, una rubita con gafas, otra morenita, regordeta y con cara risueña. Al rato se van despertando el resto, alguno con más resaca de lo normal. Decidimos irnos a ver un partido de beisbol, deporte nacional, pero llegamos tarde, así que media vuelta y a La Prusia a descansar un ratejo y luego para Granada que quiero conectarme.

Y en esta mañana en la que ya me siento descansado y poco a poco más ubicado, descubro que Laura es fotografa, que su plan es hacer un reportaje del camino de La Prusia, entrando en las casas y tirando fotos, en blanco y negro, que todo lo que sale de Nicaragua tiene muchísimo color y ella es lista y quiere contraste. Me motiva tanto que ya somos un tándem. Ella tirará las fotos, yo tomaré notas, y nos marcaremos un reportaje exquisito sobre la gente de La Prusia. Ella lleva una semana, es la más novata conmigo, y el plan le ilusiona tanto como a mí. Hemos ganado complicidad, somos socios y chocamos las manos. Por fin veo algo que hacer aquí por mi cuenta. Bueno, sólo llevo dos días, pero claro, aquí todo el mundo tiene planes y proyectos y tareas e ideas que desarrollar y yo estoy en plan "¿qué hago?". Pues un reportaje con fotógrafa incluido. Perfecto. Ah, qué satisfacción. Soy periodista.

Y ahora, antes de darle a enviar, tengo que contar el segundo proyecto en el que me he involucrado. De camino a Granada nos hemos cruzado con un tipo llamado Lenin y su hijo Vladimir (risas mil, lo sé). Lenin es entrenador de fútbol de varios equipos de chavales, y como me ve suelto con su hijo preguntándole y demás, me dice que mañana a las 4 para entrenar. Hombre, claro. Acabo de crecer dos metros. "Así surgen las cosas aquí", me dicen Judith y Laura, con las que voy a Granada. Hablando, y de repente, eres útil. Me siento... joder, mañana a entrenar a niños. Esto es increíble. Y le doy a enviar ya que sino no termino nunca.

P.D.: madre, me acaba de decir Judith que vengas, que en su casa eres bienvenida, y le he dicho que eres médico, y te adora, jajajaja.

sábado, 17 de octubre de 2009

Las vías

Vestido con su único traje y su corbata menos vieja, Alfonso llegó al velatorio en tren. Entró en el tanatorio, preguntó en recepción, hotel de muertos, y siguió las indicaciones hasta el cadáver que buscaba. Ahora lo buscaba cuando en vida lo había rehuido siempre.

Eugenia y sus gafas de sol hablaban quedo con Mariano y su bigote, teñido tan de negro como el traje de ella y el pañuelo en el bolsillo de la chaqueta de él. Alfonso la saludó apoyando una mano en su hombro de huérfana tardía y lanzando dos besos al aire al rozar sus mejillas. Mariano y un apretón de manos, palabras de consuelo y pésame a Eugenia, y una mirada buscando y encontrando.

Asomada al ojo de buey, contemplando el cuerpo de su marido por esa mirilla a la muerte, Antonia se secaba alguna lágrima en un pañuelo blanco con las iniciales del difunto, iniciales que ahora sólo servían para lápidas y cartas de remitentes desinformados. Alfonso se deslizó hasta ella, saludando con las cejas y una mueca a las caras conocidas y descompuestas que encontraba a su camino. Tocó en el hombro, otra vez en el hombro, a Antonia, y ella se giró tan despacio que casi era imposible darse cuenta de que lo estaba haciendo. Cuando Antonia por fin buscó los ojos de Alfonso, sonrió y le besó fuerte en las mejillas, haciéndole daño en las costillas, donde ella había apoyado toda su pena. Alfonso aguantó y devolvió el cariño irracional, sugirió un lo siento y ella asintió, volviéndose de nuevo al ojo de buey para mirar otra vez, y otra vez, cuántas veces, en vida y ahora muerto, habría mirado aquella mujer a aquél hombre. Alfonso se mantuvo quieto cinco segundos que parecieron cinco vidas, hasta que comprendió que Antonia no quería mirar nada que latiera.

Frustrado, se dio la vuelta. Se despidió en silencio, de nuevo usando las cejas como medio de comunicación, y se difuminó hasta la parada de tren. Sacó un Ducados del bolsillo del pantalón y pidió fuego a un hombre de unos cuarenta, moreno e imberbe, vestido de chándal y que fumaba sentado en un banco de la parada. Encendió su cigarro, devolvió el mechero e inspiró.

¿Otro que se ha ido, no? Ya lo siento.

Alfonso se giró hacía el hombre del chándal. No sabía si le había molestado el comentario, desafortunado sin duda, o si no le importaba en absoluto. Lo obvio no tiene porque ser molesto.

Pues sí, la verdad. Gracias. Una pena, como siempre.

Es todo lo que acertó a responder Alfonso, entre calada y calada del ansiado y salvador Ducados. Lo obvio se contesta con lo obvio.

Hombre, no siempre es una pena, ¿no? En su caso veo que sí, pero me refiero, seguro que hay muertes que pasan desapercibidas, incluso que alegran a más de un desgraciado.

Alfonso no respondió, no sabía. Apuró su Ducados, sin dejar de mirar al hombre sin un pelo en la cara ni en la lengua, que había dicho aquello con un hilo de voz y mirando a las vías.

Perdone si le he ofendido, siempre hablo de más. Me pone nervioso la muerte. En fin, ya viene el tren. Lo siento de veras.

Con el tren a unos veinte metros, el del chándal salió corriendo, saltó a la vía, y no paró de correr hasta que el tren le embistió, le pasó por encima, le troceó sin un grito pero sí con el silbido de la locomotora y desapareció. El maquinista detuvo el tren, saltó de la maquina insultando al cielo y a sus dueños, desando un río de sangre y volvió a la cabina empequeñecido y llorando. Cogió la radio y tras dar el aviso, se desmayó en su asiento de conductor y alquimista para suicidas.

Alfonso se sentó en el banco. A su lado estaba el mechero, aplastando una foto carné. Era del recortador de trenes. No siempre es una pena, seguro que hay muertes que pasan desapercibidas. Eso le había dicho el tipo aquel. El muy hijo de puta, pensaba Alfonso, le había hecho presenciar aquello y ahora le dejaba un recuerdo para que en su memoria quedase tatuada la imagen de un suicida. Se encendió un cigarro con el mechero del nuevo muerto, se desanudó la corbata y quemó la foto. Incluso hay muertes que alegran a más de un desgraciado, recordó. A Alfonso no le había alegrado la muerte del marido de Antonia, casi al contrario, le allanaba el camino, le ponía más fácil aquello de dejar de ser el eterno amante para por fin poder optar al papel de asiduo compañero de almohada. Así que debía de ser un desgraciado, y encima había comprobado que con la muerte el amor se fortalece, pues Antonia sólo le había mirado obligada, queriendo no dejar de estudiar a su marido muerto, al que había sido infiel tanto tiempo y al que ahora, muerto por fin, no podía dejar de llorar y ansiar. Y Alfonso, el desgraciado que suspira relajado con la muerte del competidor, el labrador del adulterio, el dueño de un solo traje y corbatas anacrónicas, fumador de una marca en desaparición y ni siquiera portador de un mísero mechero, testigo de un suicidio el día del velatorio del marido de su amante, sólo había sido protagonista de un apretón de ternura y hasta luego, que al que amo y no olvido está al otro lado de esta puerta y este ojo de buey es lo único que me queda para arrepentirme de haber follado contigo y no querido más a mi marido.

Así que Alfonso de repente se imaginó vestido con un chándal y lanzándose a las vías de un tren que llega. Pero ni siquiera él dejaría una foto, cabrón.

viernes, 16 de octubre de 2009

Cuando esté allá

Si no te llamo por tu cumple, perdóname, estaré en el culo del mundo pensando en tantas cosas que las fechas señaladas pasarán de largo. Como el resto de fechas, señaladas por otros, ignoradas por mí.

Si no acudo a tu boda no será porque no trague al novio o porque tenga la Gripe A, sino porque en Nicaragua habrá más bodas y tampoco a esas iré, porque estaré en Nicaragua haciendo de todo menos viendo casarse.

Si nace tu primogénito y no me ves mirándolo con asombro y ternura en una habitación de hospital, entiende que no será porque me importe poco lo que hayas traído al mundo, sino porque estaré en ese mismo mundo que el bebé saluda con mocos y chillidos, saludándolo yo también porque ese lado del mundo no lo conozco, saludándolo espero que sin mocos, y por supuesto sin chillidos.

Si muere tu abuelo porque le tocaba - pero eso, para un nieto, es imposible de reconocer, los abuelos deberían ser inmortales - no me verás en el cementerio, ni en el velatorio, ni llorando por verte triste. Estaré en una ciudad llamada Granada, tan lejos de nuestra Granada, espero que pensando en todo menos en la muerte.

Si te echas novia, olvídate de presentármela ahora que estáis empezando, que es cuando presentar es tan bonito, "hola, ella es Ana, él es Julio", paladeando su nombre y mirándola como si fuera un pastel. Queriendo comértela entera pero, por educación, mantienes las formas, que la nata y el chocolate es pringoso. No estaré allí para verte con cara de imbécil sólo por la cara que tiene ella y por cómo dice tu nombre y mira tu cara de imbécil. Estarán muchos más para que sientas que creces por momentos, que mides quince metros sólo porque ella cree que resaltas. Y tú vas y se la muestras a tu mundo, orgulloso conquistador. Pero no a mí, porque durante un tiempo no formaré parte de tu mundo, ni del de ella, ni del de nadie de aquí, de mi entorno que quiero cambiar.

No estará aquí para presenciar o celebrar, estaré allá para hacerlo todo. Sin olvidar, sin negar, sin obviar. Dispuesto a hacer todo lo contrario.

jueves, 15 de octubre de 2009

La velocidad del mundo

Yo, que he declamado Bocaccio en las ruinas del anfiteatro de Megalopolis habiendo comido setas psicotrópicas, que he rechazado un traductor en un juicio en Londres en el que yo era el acusado, que he ganado a la ruleta en un casino, con una mujer de rojo apoyada en mi hombro, he decidido no volver a hacer nada. Es probablemente la más grande de las gestas a las que me he enfrentado, pero voy a poner todo mi empeño en la inactividad más abrumadora jamás vista. Sólo hay una razón: porque nadie se lo ha propuesto deliberadamente y porque es inútil. Perseguir algo inútil no se ve todos los días, o sí, depende de la consideración que se le dé al dinero, que, como decía Machado, sólo el necio confunde valor y precio. Muchos dirán que mi proyecto es de locos, que es absurdo, que no supone un fin en sí mismo ni un medio para llegar a nada. Si no haces nada... pues eso, no haces nada, y no te lleva a nada, sólo a seguir igual. Pero es que entre lo que supone no hacer nada se incluye que te importe tres cojones lo que piense el personal sobre tus no actos.

En pijama. En el sofá. Sin tabaco ni hambre. Hace un momento eran las 10 de la mañana y ahora son las 5 de la tarde. Me he quedado dormido. Soy un despojo social.

Dos días después sigo sin hambre y sin tabaco. El móvil ha sonado varias veces, pero no tantas, y en el trabajo puede que ya me hayan despedido. Mi gato caga sobre sus propios excrementos, pero yo no puedo hacer nada, porque me he propuesto quedarme quieto, respirar de casualidad. Un orinal a mi vera, papel higiénico para no atraer moscas, que no podría espantarlas, y un cepillo de dientes en la mesa, que el mal aliento no lo aguanto. Ese es todo mi ajuar, y con él pienso no hacer nada.

Al tercer día han llamado a mi puerta. No he movido un dedo, por supuesto, y finalmente los pasos alejándose han ratificado el triunfo de la quietud.
El orinal, a medias de su capacidad; mi gato, dormitando a mi lado, sin una caricia en el lomo, que no voy a hacer nada, y mi móvil por fin sin batería. Diez mensajes y dieciséis llamadas perdidas. Pero está en la cocina y sólo lo he oído, no veo en su pantalla quien marcó mi número, pero he contado las veces que ha sonado. Mierda, he hecho algo, mental, pero algo.

A los cuatro días me he duchado, vestido y bajado a por tabaco. He recargado el móvil pero no he devuelto ninguna llamada ni ningún mensaje, ni siquiera los he mirado. He vuelto a trabajar como si nada y nadie me ha dicho nada, mi puesto sigue siendo mío, mi gato caga de nuevo sobre arena limpia y, después de cuatro días sin mover un musculo más allá del esfínter, concluyo que el mundo respetó mi decisión. Así que lloro como un monaguillo ateo, pues cuando decidí sumirme en el inmovilismo, el mundo se confabuló para ralentizarse también. Mi arriesgada aventura ha sido un fracaso.

A no ser que... el mundo es mío y yo lo detengo a mi antojo, por mucho que me llamen al móvil. El mundo se para si yo me paro y sólo me llaman para reactivar la vida. Yo soy el mundo, pero no me siento tan gordo, yo sólo quiero decidir ajeno al globo terráqueo, pero no me dejan, no parece posible, todo se detiene si yo me quedo en pijama, en el sofá, con un orinal rebosante y un gato famélico, cuando yo lo que quiero es no formar parte de nada, reincorporarme a la vida cuando así lo dispongan mis cojones, pero ni eso me dejan, porque el mundo es mío, aunque yo no lo quiera.

Y ahora que me muevo el mundo se acelera y esta vez decido acelerar yo más, hacer el experimento inverso, probar a ir más rápido que todo lo demás.
De momento, todo va a la misma velocidad, frenesí, caballos desbocados, sin bridas ni herraduras, y yo con una sonrisa tan grande que se me saltan los dientes queriendo dibujar una sonrisa aún mayor, aunque sea fuera de mi boca. Corro como un niño de ocho años jugando al pilla pilla, me persigue el mundo entero, que con la lengua fuera y lloviendo sudor no me alcanza, no me alcanza, y yo no conozco el cansancio, llevo tanto tiempo parado que ahora estoy renovado y que me busquen, que no me encontrarán, voy demasiado rápido, demasiado lejos, demasiado solo.